Los usamos diariamente, por no decir a todas horas. Los calendarios son uno de los elementos claves para todo ser humano. Estos nos permiten saber en qué día estamos, realizar una planificación de todo lo que tenemos que hacer y conocer los días venideros. Es más, para muchas empresas se han convertido en un soporte publicitario clave con el que darse a conocer a los demás.
Pese a la importancia de los calendarios, el uso continuo y los avances que se han producido en los últimos años, pocas personas conocen dentro y fuera de nuestro país la historia del calendario, la cual es apasionante y se remonta a hace 10.000 años. Para aportar un poco de luz, poner a este soporte en el lugar que se merece y aprender un poco de historia, en esta entrada, aportamos todos los detalles de una historia milenaria llena de avances y curiosidades. Sigue leyendo.
La importancia del paso de tiempo en todas las civilizaciones
Toda civilización ha contado el paso de los días, aunque no siempre de la misma forma. En todos los casos, se ha intentado dividir el tiempo en sistemas lógicos. La población siempre ha necesitado contar con una referencia que represente el paso del tiempo. Siempre, sobre todo en nuestros antepasados, con elevada incertidumbre, puesto que se dependía del calendario lunar y solar (calendarios lunisolares).
Todavía así, nuestro calendario vigente no llega a corregir los desajustes de la astronomía y se estipula que debe ser revisado cada 3300 años, puesto que los movimientos de rotación y traslación se van reduciendo.
Cada pueblo ha ido adaptando su calendario, reflejando su cultura e incluso tradiciones. Las festividades más destacadas, los cumpleaños y nacimientos, las celebraciones y las cosechas eran (y son) calculadas al máximo para mejorar la calidad de vida y poder controlar el tiempo.
Un ejemplo: los egipcios usaban el movimiento del sol como valor de medición del tiempo, mientras que civilizaciones más antiguas apostaban por la órbita de la luna. Mientras, en el Imperio Romano, se hablaba de que cada año tenía 304 días repartidos en diez meses.
¿De dónde procede la palabra calendario?
Calendario procede de calendas, el término que designa a la primera jornada de cada mes en el calendario romano, mientras que las nonas eran las jornadas cinco de cada mes y los idus el día trece (a excepción de marzo, mayo, julio y octubre en los que eran las jornadas siete y quince respectivamente).
El latín calendarium era “libro de cuentas, registro”, puesto que las cuentas quedaban liquidadas y las deudas se cobraban en los calendariums de cada mes. El término latino quedó fijado en el francés antiguo, en este caso como calendier y en el inglés medio como calendar. La grafía calendar es de principios de la época romana.
Primeros indicios del uso del calendario en cada civilización
Como comentamos líneas atrás, nuestros antepasados observaban el cielo y las estrellas para el conteo del tiempo, pese a que no era con exactitud.
Así, el calendario más antiguo data del año 8000 a. C. (Mesolítico) y se cree que fue en Escocia, en Aberdeenshire, donde existía un monumento del Monolítico que se encontraba compuesto por 12 piedras que marcaban la posición lunar a lo largo de un año completo (ellos lo denominaban “ciclo”).
Este descubrimiento no fue publicado hasta el año 2013 en la revista Archaecology, pese a que el monumento fue excavado originalmente en el año 2004. Este “anuario” representa 12 hoyos, los cuales parecen ser una imitación de las fases de la luna y sus meses, y se encontraban alineados en la salida del Sol del solsticio de invierno.
Una de las preguntas más extendidas por la población y que resolvieron los investigadores fue saber por qué en ese momento se necesitaba conocer con precisión el tiempo que pasaba. La respuesta es lógica: las comunidades de cazadores – recolectores de la época necesitaban conocer las fuentes de recursos alimentarios que estaban disponibles en diferentes épocas del año, por lo que era crucial controlar el tiempo que pasaba por mera supervivencia. De no conocerse, no podían cazar animales y eso suponía morir de hambre. Es decir, necesitaban saber en qué momento del año estaban y qué animal había que cazar para llevarse algo que comer a la boca.
Sumerios y babilonios hace 5000 años
Hasta este año, se pensaba que el calendario más antiguo del mundo estaba en Mesopotamia. Fueron los sumerios y babilonios los pioneros en la creación, hace 5000 años, del primer control del paso del tiempo. Los primeros se dividían cada año en doce ciclos lunares diferentes, pese a que se dieron cuenta temprano que no coincidía con el año solar. Conscientes de este fallo, añadían un mes cada cuatro años para compensar. No obstante, de este pensamiento parten los calendarios de otras civilizaciones (hebreos, griegos clásicos o antiguos egipcios). Más tarde fueron los babilonios los que le dieron una vuelta de tuerca al planteamiento anterior y fraccionaron el día en 24 horas y la hora en 60 minutos.
Los primeros calendarios solares aparecieron en Egipto hace 3000 años
La astronomía siempre ha sido nuestra aliada. No importa el tiempo que pase, esto sigue siendo así. Los egipcios llevan confiando en ella desde el 1000 a. C., cuando dividieron el calendario en 12 meses de 30 días cada uno y clasificaron como días festivos los 5 días restantes que sobraban en cada año.
No obstante, se “fiaban” mucho de la astronomía, ya que creían que las estrellas podían predecir las crecidas del río Nilo, algo que hoy en día no tiene ningún sentido.
¿Qué calendarios usaban los mayas?
Ya hace 2000 años, los mayas usaban, al otro lado del Atlántico, un calendario de ciclos de 52 años. De hecho, se piensa que llegaron a calcular las fechas desde el 11 de agosto 3114 a.C., calculando que cada año tenía 365 días, aunque las fechas quedaban marcadas en tres calendarios diferentes: Tzolkin (calendario divino, de 260 días), Haab (ceremonial) y Cuenta Larga (con un periodo de más de 5000 años). Es en el solsticio de invierno, el 21 de diciembre del 2012, cuando se cambió de era según esta civilización.El calendario maya está lleno de símbolos (representados por puntos y líneas), combinados con diversas cifras muy interesantes. El sistema de recuento está basado en la cifra 20.
La denominación de cada mes en el calendario romano
En el calendario romano, los meses empezaban en marzo (en la entrada de la primavera) y, hasta junio, se encontraban dedicados a diferentes dioses. No obstante, a partir de julio hacía referencia a si era el quinto, sexto, séptimo, etc.
- Empezaban por su martius, que era el primer mes del año y correspondía a marzo. Era en honor a Marte, padre de los fundadores de la antigua Roma.
- Aprilis era abril, dedicado a la diosa etrusca Apru (Venus). No obstante, no está del todo claro, ya que existen otras hipótesis como que se llamara así por la llegada de la primavera (aperire) y la apertura de las flores.
- Maius, mayo. Era así por Maya, diosa de la fertilidad, madre de Hermes.
- Dedicado a Juno, Junio.
- Julio, por quintilis, quinto mes.
- Agosto, sexto, sextilis.
- Septembris, septiembre, séptimo.
- Octubre, de octobris, octavo.
- Novembris, noviembre, noveno.
- Decembris, décimo, por diciembre.
Una vez quedó solucionado el desfase entre las estaciones y las fechas, se decidió buscar una solución, por lo que se le añadieron dos meses más al calendario tal y como hoy lo conocemos. Se cuadró así con el solar gracias a Numa Pompilio, que era el segundo rey de Roma entre el siglo VII y el VII a. C.
Así, los nuevos meses quedaban de esta forma:
- Enero era en honor a Jano, Ianuarius.
- Febrero era en honor a Februus, febrerius, dios de la purificación. Se finaliza cada año con un ritual de purificación.
Sin embargo, las cosas todavía no estaban del todo arregladas, por lo que se tendría que esperar a la llegada de Julio César, en el 46 a. C., quién decide cambiar el número de días, como se detalla a continuación.
Julio César cambia el número de días
Julio César estaba considerado un perfeccionista nato. Quería cuadrar las fechas con las estaciones, por lo que encargó al astrónomo griego Sosígenes esta tarea con la mayor exactitud. Este último llegó a la conclusión de que cada año debía contar con 365 días y 6 horas. Para ello, se tenían que añadir más días a algunos meses (todos normalmente de 29, salvo alguna excepción). Con los cambios, los meses pares pasaron a tener 30 jornadas y los impares 31. Esto daba un total de 366 días, razón por la que febrero se quedó con 29. Cada cuatro años se le sumaría una jornada a febrero, intercalando una jornada entre el quinto y el sexto día de las calendas, entre los días que en la actualidad serían 23 y 24 de febrero. Esta jornada de más se bautizó como bis sextus dies ante calendas martias, que viene a ser “segundo día sexto antes de las calendas de marzo”. A este año se le llamaba bissextus (bisiesto).

Se complicaron un poco la existencia añadiendo este día al 23 de febrero. Esto tiene una explicación: la fiesta de Terminalia. No llamarlo 23 se debía a que los romanos no llegaban a contar los días del mes del 1 al 31, sino que contaban con tres fechas referenciales: nonas, idus y calendas. El mes quinto, tras la muerte de Julio César, pasó a llamarse Julius (julio). El sobrino de éste y primer emperador, Octavio Augusto, cambió sextilis por Augustus, agosto. Al ser mes par contaba con 30 jornadas, así que, para no ser menos, se le restó otro día a febrero y se añadió a ese mes. Así, febrero quedó con 28 jornadas, salvo año bisiesto, que tiene 29.
La llegada del calendario gregoriano
Hasta la llegada del gregoriano, el juliano era el calendario que predominaba en el mundo. Fue el Papa Gregorio XIII el que, en 1582, instauró el gregoriano en zonas católicas y, al paso de los años, en las protestantes, mientras que en las zonas ortodoxas tardaría mucho más en llegar. En la península Ibérica fue en el mismo año que Roma, en 1582. De hecho, en Grecia no fue implantado hasta 1923. Gregorio XIII extendió el uso del calendario gracias a la bula Inter Gravissimas. Eso sí, mientras formaba una Comisión del Calendario con Cristóbal Clavio (astrónomo jesuita y reputado matemático) y Luis Lilio.
Ambos estudiaron los desfases que quedaban pendientes. Y es que, según el calendario Juliano, que había instaurado un año bisiesto cada cuatro, consideraba que cada año estaba constituido por 365,25 jornadas (365 y 6 horas), mientras que la cifra correcta era de 365,242189 (365 jornadas, 5 horas, 48 minutos y 45,16 segundos). Un desfase pequeño, pero que era suficiente para que el error se fuera extendiendo cada vez más y más. El gregoriano ajusta el desfase con el cambio de la regla del bisiesto cada cuatro años, y hace que queden exceptuados los años múltiplos de 100 que, a su vez, significaba otra excepción, la de años múltiplos de 400, que sí eran bisiestos.

Nuestro calendario requiere de un ajuste cada 3300 años
El calendario que todos hoy conocemos tampoco es del todo exacto, aunque sea a razón de 26 segundos cada año. Esto hace que, cada 3300 años, se haya calculado la realización de un ajuste en el calendario que todos conocemos.
Asimismo, los años no mantienen su duración con el paso del tiempo, sino que quedan variados ligeramente. El año disminuye en su duración en 1,15 segundos por cada siglo que pasa, algo que ocurre por las perturbaciones de la órbita de la Tierra mientras gira alrededor del Sol y, también, por la acción de los planetas, además de por el movimiento del eje de rotación terrestre. Es una cantidad que podría considerarse “irrisoria”, pero no despreciable, ya que hace que cada año se vaya quedando acumulada. Esta es la trepidante historia de los calendarios desde que se tienen constancias de la existencia del primero, en Escocia, hasta nuestros días. Recuerde que gracias a PMA podrá disfrutar de su calendario, completamente personalizado, disfrutando de todo tipo de modelos que cubrirán sus necesidades. ¡Echa un vistazo y escoja el que más le interese!